Cádiz, Cádiz
24 Abril 2020

La señora que se acercaba al balcón y levantaba el rostro al sol hacía largas inspiraciones de aire fresco. Era, supongo, su ejercicio diario de libertad.
Esta mujer subía cada día a su azotea a pasar el rato, supongo, a disfrutar del privilegio que le brindaba un espacio al aire libre; pero siempre, antes de retirarse se esforzaba haciendo señales de «auxilio» con los brazos. Si lo hubiese hecho solo una vez me habría preocupado.
Se detenía cada tarde en el mismo lugar, podría decir que a mirar los coches o a la gente, pero es que a mediados de abril estábamos todos encerrados aún. Prefiero pensar que era su ejercicio diario de meditación.
Esta mujer disfrutaba de las vistas al mar durante una hora dando vueltas en su minúscula azotea, pero ya era bastante lujo si lo comparamos con el espacio que tenían otros.
Algunos permanecían largos ratos incluso horas dejándose llevar por la inercia del tedio, del aburrimiento. Sin apenas inmutarse prácticamente con nada.
Solos pero felices, supongo. Aunque no cupieran en su minúscula ventana acudían puntuales al rito diario.
El vivo retrato de la soledad de puertas afuera. Frente a un polígono industrial, delante no tienes a nadie a quien responderle, a quien contestarle el aplauso. Con todo, salía cada tarde como si aplaudiese a la multitud.
Para ellos un momento de alivio, para mí un momento mágico.