Barcelona, Barcelona
05 Junio 2020

Paloma Brugueño, una médico de atención primaria domiciliaria de 60 años, se cubre en plena calle con un equipo de protección individual (EPI) en forma de mono. Lo hace por primera vez después de estar dos meses de baja por coronavirus. Una más entre los centenares de sanitarios de asistencia primaria contagiados durante las primeras semanas del estado de alarma, que obligó a cerrar algunos CAPS. Le ayuda a ponérselo el conductor técnico de emergencias que la acompaña y con el que forma parte de la unidad de atención domiciliaria continuada que esta noche debe atender a una paciente con bronquitis y fiebre en una residencia para la tercera edad. El protocolo es muy estricto, puesto que actualmente todos los enfermos son sospechosos de tener el COVID-19.
El servicio funciona cada día a partir del momento en que cierra el ambulatorio y los días festivos, coordinado con el Sistema d’Emergències Mèdiques (SEM), adonde se derivan los casos que lo precisan. Durante el servicio pueden acceder con el portátil a los historiales de los pacientes antes de llegar al domicilio, obtener mucha más información de cómo viven, sus condicionantes psicosociales y reservar hora para el seguimiento posterior por el médico de cabecera. “Muchas personas nos llaman angustiadas por la soledad, a veces detectamos esos problemas y tratamos de buscar soluciones”, comenta Paloma.

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