Barcelona, Taradell
22 Abril 2020
A puerta cerrada
Medicos y medicas sin parar, totalmente desbordados. Enfermeros y enfermeras con las gafas de protección incrustadas a la piel para no contagiarse ni contagiar. Bomberas y bomberos sacando personas, ya muertas, de la residencia. Fotoperiodistas intentando entrar en hospitales y tanatorios. Esta que veréis es otra cara de la misma historia, porque mientras todos los trabajadores esenciales hacían lo imposible para frenar el virus, el resto de la población estábamos en casa, entreteniéndonos como podíamos y con lo que teníamos a mano. Los primeros días sin la frenética carrera a la que estamos acostumbrados día a día los aprovechamos para hacer cosas que usualmente no teníamos tiempo de hacer: un poco de deporte, aquel arreglo en casa que siempre esta pendiente, jugar en familia… y, poco a poco, esta rutina se convierte en la de no tener ninguna rutina.

Mi hermano se levanta. Son las doce. La escuela tardó en adaptarse en el nuevo medio digital, aunque pusieron todo su esfuerzo.
Mis padres teletrabajan en el comedor, una oficina improvisada por la que todos pasamos en los noventa y nueve días que duró el confinamiento. Solo fue necesario una base múltiple de enchufes y la mesa más grande de casa.
Mi padre es educador social del pueblo de al lado. De los cinco días que trabaja, dos son presenciales. Las mascarillas al principio de la pandemia fueron difíciles de encontrar, y casi todas las tiendas agotaron el stock.
Las tardes se alargan. Después de comer, podemos llegar a estar hasta las seis de la tarde comentando temas de más o menos relevancia, y sobre todo, temas relacionados con la COVID-19, casi lo único que sale en las noticias y que nos importa en este momento.
Mi cumpleaños este año consiste en un pastel, un vale para ir a volar con parapente cuando se pueda y una llamada con toda la familia. En la imagen, mi hermano, sirviéndose una copa de cava.
Poder pasar el confinamiento en una casa con jardín en un pueblo pequeño es todo un lujo. En España, el treinta por ciento de las casa tienen entre setenta y cinco y noventa metros cuadrados, y en grandes ciudades de más de 500.000 habitantes, solo el treinta por ciento de los pisos tienen más de noventa metros cuadrados para vivir. (Fuente: INE, Instituto Nacional de Estadística)
En casa creemos que el deporte es algo esencial para nuestra salud y bienestar. Valoramos muchísimo el hecho de poder hacer deporte al aire libre, respirar aire fresco y no pisar cemento. Al principio nos dio pereza pero, como todo el mundo, en quince días cada uno ya tenía preferencias de su nuevo monitor favorito, rutinas diversas, y mucho tiempo para practicarlas.
En una casa con tres hermanos, entre ellos dos adolescentes y medio (el medio soy yo), a menudo el aburrimiento también provocaba distintas disputas. Una casa nunca es suficientemente grande para no encontrarte a tu hermano y hacerle tropezar «sin querer».
Pintar siempre queda pendiente. Como marca la tradición, uno trabaja y tres observan.
Desde las últimas vacaciones de verano no habíamos podido estar toda la familia jugando una tarde entera. El confinamiento también ha reforzado nuestro vínculo familiar, y es que aunque muchas veces nos sintamos encerrados y con poca libertad, también nos trae momentos llenos de risas, ilusión y juegos.
Mi hermano cumplió los dieciocho años el 6 de abril. La fiesta que casi todo el mundo recuerda, la hizo con nosotros, en casa. Antes de que empezara el confinamiento, ya tenía pensada como sería su fiesta, que compartía con tres amigos más, y el carnet de coche pagado. Hicieron la fiesta por videollamada más tarde.
Aprovechando para imprimir y colgar algunas fotos, con la ayuda de toda la familia.
Mis padres pasean a los perros por la noche, casi por lo único que salimos de casa. Esta vez, que les acompañé, la sensación era muy rara. Demasiado silencio, solo los pasos y mis perros respirando, tirando de la correa.
Los horarios se invierten, cada vez es más difícil mantener un horario, levantarse pronto, no hacer nada, comer, no hacer nada de nuevo y dormir, tarde otra vez.
Al principio de este reportaje he dicho que no teníamos rutinas. A partir de la segunda semana, cada día nos sentábamos todos a ver dos episodios de una serie. Fue curioso volver a reunirnos los cinco en el sofá, como cuando éramos pequeños y pasábamos la tarde así, sin hacer nada, solo dejando espacio… y tiempo. Mucho.