Un nuevo turno ha finalizado. La misma rutina de todos los días, durante 3 semanas, al regresar a casa: silencio, rostro cansado, «hola», distancia, contacto cero, silencio. Ducha, ropa limpia, comer en silencio silencio. Últimas horas del día. A pesar de tener toda la noche por delante, la tensión vuelve a apoderarse de Sierra cuando comenta o sus compañeras cómo ha transcurrido el turno de la tarde. Las marcas de la jornada siguen en su rostro 10 horas después de haberla iniciado. Las marcas en el alma, quién sabe cuándo desaparecerán. Mañana será otra vez hoy. Misma rutina. Mismos miedos. Sabe lo que significa ver una cama vacía y una bolsa de basura llena de enseres personales. Marcas en el rostro. Marcas en el alma. Silencio.
Sierra es sanitaria en una clínica privada de Barcelona. Se ofrece voluntaria para cambiar de servicio cuando se habilita una ala de la clínica para atender enfermos de COVID-19 derivados de la Sanidad Pública. No lo duda. Si hubo dilema no duró más que unos segundos. «Me gustaría que a mis padres los cuidaran como yo cuido a los padres de los demás». Sierra contagió el virus a los 21 días.