Mentes confinadas. Ana sujeta una margarita que ha cogido de la calle. Ana tiene 52 años y hasta hace seis subía cada día la persiana de su floristería. Un brote psicótico le cambió la vida, estuvo hospitalizada casi un año, tuvo que cerrar el negocio, vender su casa y mudarse de ciudad. Ahora, que ya había rehecho su vida, el confinamiento le ha recordado a ese encierro psiquiátrico y le ha disparado viejos miedos y ansiedades, aún así, para no venirse abajo hace constantes videollamadas para estar en contacto permanente con su familia y sus amistades. “Yo me encontraba bastante bien pero este confinamiento me ha ido fatal. Para todo el mundo es difícil pero para la gente que tenemos depresión y ansiedad se acentúa. Lo que más extraño es no poder dar un beso y un achuchón a mi familia”. Imagen perteneciente al proyecto “Mentes Confinadas” sobre salud mental. Un proyecto que reflexiona sobre cómo las personas que tienen retos de salud mental están viviendo, y qué herramientas están utilizando para poder gestionar la pandemia del coronavirus, a la vez que pone el foco sobre la fragilidad que sostiene al ser humano cuando una situación como una pandemia expone nuestras vulnerabilidades, y la ansiedad y el miedo se convierten en otro virus a combatir.