Mi tía Ana Mari
junio 19, 2021
El 13 de marzo 2020 se decretó el inicio del confinamiento domiciliario debido a la pandemia de la COVID-19. Esta situación excepcional provocó cambios en la relación con mi tía. Como sus hijas y nietos estaban confinados en Tarragona, sentí el impulso de acercarme a ella. Deseaba acompañarla y reforzar nuestro vínculo: Ana Mari tiene 92 años y vive sola en un piso en Barcelona desde que su marido y su hermano, mi padre, fallecieran hace apenas tres años. Durante el confinamiento empezamos a hablar casi a diario, la visitaba una o dos veces por semana para llevarle comida, medicamentos y sacarle las basuras. Nos veíamos en el rellano a tres metros de distancia, con mascarillas y guantes. Tras varias semanas encerrada sin salir de casa, se me ocurrió proponerle que compartiese, a través de imágenes y textos, lo que estaba viviendo. Me confesó que no sabía hacer fotografías y le contesté que no se preocupase, que eso no era tan importante. Como la idea no le disgustó, le hice un retrato con una cámara instantánea Instax, y se la entregué junto con algunas sugerencias de cosas que podía fotografiar. Tres días más tarde volví a visitarla y le cambié el carrete que ya había acabado. Esta vez me dejó entrar en su piso, guardando la distancia, con mascarillas y guantes, para compartir conmigo sus primeras imágenes y los borradores de lo que estaba escribiendo. Me gustó mucho y la animé a seguir. De esta manera, me encontré realizando un taller de fotografía participativa como ya había hecho en otras ocasiones, solo que esta vez con una única persona y muy querida. Tras más de cincuenta días encerrada sola en casa, el 4 de mayo se atrevió a realizar conmigo su primera salida. Al despedirme, le cargué la cámara con otro carrete, y seguimos viéndonos a diario, hasta que días más tarde se me ocurrió pedirle que me enseñase fotografías de su álbum familiar. Así logramos, poco a poco, crear juntos un nuevo espacio donde compartir nuestros duelos, soledades y vulnerabilidades.